8.2 Parte 3



Bueno, entonces, no me dejes solo. Quedate conmigo hasta la mañana. Entonces Mistófelis se acurrucó muy cerquita de Gawain en la cama y empezó a ronronear.

-Rrrrrrrrrr, rrrrrrrrrr. –Hacía el motorcito de la gata. Y en menos que canta un gallo, estaban los dos roncando. Con el primer rayo de sol la manija de la puerta se movió y la hermosa dama se sentó en el borde de la cama de Gawain. -Hoy es tu último día en el castillo, Gawain, si realmente crees que soy hermosa, por favor, tomame en tus brazos. -Mi Lady, no puedo hacerlo, las regras del buen caballero me lo impiden. -Entonces, al menos aceptá esta faja amarilla como muestra de mi amor. -No Gawain, no aceptes nada… -Interrumpió Mistófelis, pero nadie le prestó atención.

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-Esta faja tiene poderes especiales, y mientras la tengas puesta, nadie podrá hacerte daño. Gawain no dijo nada, pero tomó la faja y se la puso en la cintura. La Dama le dedicó la más dulce de las sonrisas y salió de la habitación dejando tras de sí un riquísimo perfume a jazmines. Aquella noche, cuando el señor del castillo ofreció a Gawain la zorra que había cazado, no recibió nada a cambio. -Dale Gawain. –Le murmuró Mistófelis al oído. -Dale la faja. -Ni loco. –Dijo Gawain- ¿No oíste que es mágico? Y mañana tengo que engrentarme a ese monstruo, la voy a necesitar.

Aquella noche, nadie durmió. Mistófelis temblaba de miedo y Gawain tenía un nudo en la panza.