9.2 Parte 3


Pero a medida que caminaba…

-Estos soldados están muy quietos…como si fueran de piedra…

Mientras pensaba, Mistófelis iba moviendo la cabeza para arriba y para abajo como hacen los gatitos cuando quieren estar seguros de lo que ven y comenzó a bajar muy despacito por entre una enredadera de la muralla. Al tocar el suelo, se le abrieron los ojazos de par en par. ¡Los soldados eran de terracota! ¡Eran estatuas para engañar al enemigo! Ahí nomás Mistófelis se largó a la carrera por entre los pasillos del palacio. Pasó frente a los escribas, y frente a las habitaciones de las geishas. Hasta que llegó a un patio enorme lleno de árboles.

-Miau… ¿Qué será aquello? Parece como un taller… Y mientras pensaba dio un salto y se subió a la morera. ¡Qué sorpresa se llevó al ver que el árbol estaba lleno de capullos como conitos de seda suave… y en el taller las mujeres revolvían un líquido humeante con palos larguísimos.

-¡Guau, digo Miauuuuu! -Están trabajando la seda, están trabajando la seda, sí éste es el misterio éste es el misterio.

Mistófelis estaba tan emocionada que casi no podía respirar. Sin perder un minuto abrió la boca grande, porque los gatitos no tienen manos y ¿Dónde van a llevar algo si no es en la boca? Con muchísimo cuidado se guardó tres capullos y unas cuantas hojas. La operación era de suma precisión, no tenía que romperse ningún capullo y no tenía que tragarse ninguna hoja. Así, con la boca llena del preciado tesoro, empezó a desandar el camino por entre los pasillos del palacio primero y por entre aterradores soldados de terracota.