5.4 Ruta de la seda: Monasterio de Labrang

La ruta de la seda nos hace pensar en viajes míticos, en caminos sólo transitables para animales de carga que transportaban productos muy valiosos en occidente. es un camino difícil por la altitud que se alcanza en ciertos tramos y por la hostilidad del paisaje, desierto y yermo en gran parte. Durante siglos el comercio entre oriente y occidente transitó por miles de kilómetros que los comerciantes recorrían para conseguir las preciadas mercancías: seda, principalmente, aunque también oro, piedras preciosas, marfil, especias… Una de las zonas que recorre la ruta atraviesa la provincia china de Gansú. En ella se encuentra uno de los principales monasterios budistas del mundo, el monasterio de Labrang, donde sus monjes usan un gorro amarillo.

El monasterio se encuentra en el Tibet a 3.000 metros de altura. Este monasterio es uno de los más importantes del budismo. En la actualidad hay aproximadamente 500 monjes, aunque en décadas anteriores llegó a contar con casi 3.000 religiosos.

La vida de los monjes budistas obedece a estrictas reglas y a ordenanzas seguidas desde tiempos muy remotos. Labrang es un monasterio al que acuden muchos jóvenes, algunos muy niños aún, para ser educados. Como en toda religión, las jerarquías, establecen un riguroso orden de participación en las celebraciones, así como de disposición en los asientos del templo. Los más jóvenes son los encargados de servir a sus mayores. Junto a la sala de oración se situaba la cocina. Grupos de mujeres y hombres, tanto ancianos como jóvenes, depositan en las manos de algunos monjes tiras de papel. En esos papeles piden que se escriban sus deseos, los anhelos más profundos y las peticiones más íntimas dirigidas a su dios.

En una pequeña plaza un grupo de monjes jóvenes discuten entre ellos, hasta que unos monjes mayores, revestidos de seriedad, habla y todos los jóvenes caen en un trance de escucha profunda y concentrada. Se trata de lecciones de filosofía budista. Un monje hace una pregunta, otro responde. Si la respuesta se considera correcta, es felicitado; de lo contrario, se le somete a burlas que le avergonzarán durante el resto de la lección o hasta que consiga resarcirse con una respuesta correcta. Los maestros se encargan de determinar el nivel de acierto y de profundidad de las contestaciones.